Conviviendo con la muerte

El 8 de septiembre, tras el derrumbamiento del torre�n nordeste, la destrucci�n de la fortaleza era tan considerable que ya no es posible seguir dando sepultura en la necr�polis del picadero, ya que esa zona era una de las m�s batidas por la artiller�a y morteros de los sitiadores que intentaban ocuparla, lo que hac�a muy peligroso seguir desempe�ando ese humanitario cometido.

Ante esta situaci�n, se dispone la apertura de fosas en la primera explanada oriental por su proximidad al edificio del Alc�zar y ser un espacio m�s protegido.

Despu�s de los encarnizados ataques que sufrieron los sitiados el 23 de septiembre y que pr�cticamente se quedaron recluidos en los s�tanos, ya no pudieron realizarse los sepelios en la explanada del gimnasio u oriental y de nuevo hubo que buscar un emplazamiento oportuno. A partir de ese momento, decidieron situar la necr�polis en las cabinas laterales de los ba�os.

Aqu�, oler�a el tufo desagradable, al que nosotros ya �ramos insensibles —y en el que viv�amos sumidos: polvo, humo, trilita, humedad, suciedad, sudor y quiz�s el hedor de los cad�veres que subiera por la escalera del paso curvo. Y no exagero, porque al tapiarlos en las cabinas de la piscina, de pie, con tabiques rudimentarios, las cercanas y numerosas explosiones de los obuses, los agrietaban facilitando el que se difundieran los gases de la putrefacci�n—.

El olor a podrido era la t�nica y as� lo aseguraban cuantos visitaban las ruinas al bajar a los s�tanos, y que persisti� bastante tiempo despu�s de la toma de Toledo, hasta que arreglaron las tumbas en debida forma. A "cadaverina" me dec�a que ol�a mi amigo Paco Sanz, que fue uno de los muchos que accedieron al Alc�zar inmediatamente y a ra�z de su liberaci�n.

Memoria de D. Lorenzo Morata, Defensor del Alc�zar de Toledo.