La 趌tima Misa en el Alc醶ar

La extrema unci髇

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En las primeras horas del 11 de septiembre el fuego de artiller韆 de grueso calibre bat韆 fuertemente los edificios de Santiago, lavadero, comedor de alumnos y el picadero causando graves da駉s. A las ocho y media cesan totalmente dando paso a un absoluto silencio.

Tal como lo hab韆 solicitado el coronel Moscard al comandante D. Vicente Rojo Lluch, emisario de los sitiadores, en su entrevista dos d韆s antes, a las nueve de la ma馻na se presenta en la puerta de Capuchinos del Alc醶ar el can髇igo magistral de Madrid D. Enrique V醶quez Camarasa vestido de paisano y con una cruz en la mano, conocido como brillante orador y que se le atribu韆 el t韙ulo de 鈥減redicador de su majestad鈥.

Estaba autorizado a permanecer en la fortaleza durante tres horas. Durante este tiempo celebra una Misa para lo que se coloca un altar en la esquina sureste del s髏ano de la primera planta a fin de que pueda ser seguida por el mayor n趍ero de asistentes.

Las hermanas le proporcionaron los ornamentos sagrados y con una iluminaci髇 t閠rica que produc韆n las velas y los candiles colocados para el acto, da comienzo la ceremonia con la presidencia del coronel Moscard con sus jefes y oficiales y a ambos lados del altar, en los s髏anos este y sur, las mujeres, los ni駉s y el resto de los defensores.

Cumpli en lo religioso, pero en la homil韆, al subrayar la situaci髇 en la que se encontraban, les hizo desaparecer las pocas expectativas que su presencia hab韆 suscitado. El resumen de su mensaje se pod韆 resumir en 鈥渧ais a morir y os doy la absoluci髇 y la extremaunci髇鈥.

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Dio la comuni髇 a los enfermos y heridos y al resto de los asistentes y les concedi la absoluci髇 general incluyendo a los que no hab韆n podido acudir por hallarse de servicio, ya que consider que gozaban de la misma gracia al haber asistido en esp韗itu.

Los sitiados consideraron que fue un aut閚tico mazazo en el 醤imo y su moral y muchos coincid韆n en considerar que sus palabras fueron la peor vivencia del asedio, aunque la celebraci髇 de la eucarist韆 les hab韆 reconfortado y preparado para afrontar los futuros acontecimientos. Seguro que aquella celebraci髇 tan excepcional nunca habr sido olvidada por sus asistentes incluido el padre Camarasa, ya que estaban convencidos de que era la 趌tima Misa de sus vidas.

Terminado este solemne acto, bautiz a dos ni駉s, uno de ellos que entr en el Alc醶ar sin bautizar y otro que hab韆 nacido en los s髏anos de la fortaleza.

Minutos antes de las doce, el emisario dio por finalizada la visita abandonando el recinto y los refugiados trasladaron a la Virgen al vest韇ulo de la puerta de Capuchinos para protegerla de la esperada explosi髇 de la mina ya que, seg趎 los c醠culos del teniente Barber, all estaba fuera de su alcance.

A los refugiados no les cab韆 la menor duda de que el can髇igo V醶quez Camarasa, adem醩 de la misi髇 espiritual, tra韆 la pol韙ica, que consist韆 en que depusieran su actitud de resistencia, pero esta proposici髇 fue rechazada por unanimidad.

Los sitiadores, al verse defraudados en sus pretensiones, abren fuego con toda clase de armas causando bastantes desperfectos materiales, pero no consiguieron reducir en absoluto la convicci髇 de los defensores de la defensa del Alc醶ar.

A hora temprana, en el 醤gulo sudeste, sin ninguna clase de cuidados, apreciamos la presencia de personas hablando alto y acarreando algo pesado. Nos sorprendi este proceder acostumbrados a las precauciones que se tomaban, en cuanto a silencio se refiere, respecto a las descubiertas y rastreos que se efectuaban por la puerta de carros, en las que nadie hablaba, solo cuchiche醔amos, incluso en circunstancias ordinarias y, a趎 as, el comandante de la Guardia Civil nos exig韆 callar. Aqu, con la gran amplitud de la explanada este por delante, nadie nos oir韆. La curiosidad nos empuj fuera y vimos c髆o instalaban un altar en el mismo 醤gulo, dando miras al s髏ano Sur. Lo adornaron con lo mejor y colocaron encima la imagen de la Sant韘ima Virgen. Supimos que el Mando hab韆 decidido que se celebrase aqu la Santa Misa y todo estar韆 listo para la hora fijada.

Seguro que aquella misa excepcional no la habr olvidado ninguno de los que asistimos a ella, incluyendo al padre Camarasa, ni el fervor, la prontitud y el amor presente en todos, cerciorados como est醔amos, de que aquella ser韆 la 趌tima misa de nuestra vida.

Memoria de D. Lorenzo Morata, Defensor del Alc醶ar de Toledo.

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